El Comité Coordinador de la Liga Antiimperialista ha lanzado el siguiente comunicado. La traducción al castellano ha sido realizada por el Heraldo Rojo.

La continuidad de la explotación y la aniquilación silenciosa de un pueblo en Sudán
La historia moderna de África no es solo una historia de pobreza o guerra. Es la historia de un sistema de saqueo que ha perdurado durante siglos. Desde la trata de esclavos hasta las redes financieras globales actuales, la cadena nunca se ha roto. Las herramientas han cambiado, pero el propósito sigue siendo el mismo: subyugar al pueblo, la tierra y la riqueza de África a intereses extranjeros.
Desde los barcos de esclavos hasta el dominio colonial, desde la llamada misión civilizadora hasta la ideología del libre mercado, cada etapa ha conducido al mismo resultado: África se ha empobrecido a causa de sus propias riquezas. Las fronteras trazadas en la Conferencia de Berlín no solo dividieron el territorio, sino también el destino de sus pueblos. En el siglo XX surgieron movimientos independentistas, pero las cadenas económicas jamás se rompieron. El colonialismo directo dio paso a nuevas formas de dependencia basadas en la deuda, la inversión y la venta de armas.
Hoy, cada conflicto en el continente refleja esa misma continuidad histórica. El imperialismo no solo avanza mediante tanques o ejércitos, sino también a través del comercio, la deuda, los medios de comunicación y las guerras civiles. Sudán es uno de los últimos eslabones de esta cadena. Desde Argelia hasta el Congo, y desde Ruanda hasta Libia, África aún lleva las cicatrices de la misma violencia estructural. Son guerras libradas por recursos, recursos que siguen alimentando nuevas guerras.
Para comprender la guerra en Sudán, es necesario repasar cinco siglos de saqueo, resistencia y renacimiento. Cada aldea arrasada y cada niño hambriento son el eco de los antiguos barcos de esclavos y campamentos mineros. Es la misma historia contada una y otra vez: el robo de la riqueza de un pueblo y su inquebrantable voluntad de resistir.
La guerra en Sudán se ha convertido en una de las mayores catástrofes humanitarias de nuestro tiempo. En 2018, la población se rebeló contra la corrupción, el colapso económico y el régimen autoritario. Por un instante, la esperanza pareció posible. Esa esperanza se vio truncada por el golpe militar de 2021. Tres años después, el país quedó dividido entre el ejército nacional y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), un poderoso grupo paramilitar. A primera vista, parece una lucha por el poder, pero Sudán se ha convertido en un campo de batalla para intereses regionales y globales.
Las masacres en El Fasher y en todo Darfur revelan la magnitud del horror. Informes internacionales describen miles de civiles asesinados en cuestión de días. Cientos fueron asesinados dentro de un hospital de maternidad. Las Naciones Unidas y las agencias humanitarias corroboran esta historia: millones de desplazados, hospitales destruidos, ayuda bloqueada. El hambre y las enfermedades se han convertido en armas de guerra.
Esta no es solo una guerra política, sino también económica. El oro, el petróleo y la goma arábiga son los motores ocultos que la impulsan. Sudán produce cerca del setenta por ciento de la goma arábiga mundial, utilizada en alimentos, cosméticos y medicina. Tanto el ejército como las FAR controlan la producción y el transporte en los territorios que ocupan. Las mercancías se introducen de contrabando a través de Chad, Egipto y Sudán del Sur en los mercados globales. La guerra se autofinancia y se nutre de la muerte.
Este sistema es una versión moderna del colonialismo clásico. Las RSF cuentan con el respaldo de los Emiratos Árabes Unidos, las fuerzas de Haftar en Libia e Israel, mientras que Egipto, Rusia y China apoyan al ejército. Las corporaciones internacionales se han sumado a esta economía de guerra para mantener o aumentar su participación en el comercio de goma arábiga.
El silencio que rodea a Sudán no es casual. Estados, empresas e intermediarios que se benefician del conflicto no tienen ningún interés en visibilizarlo. La diplomacia, el comercio y los medios de comunicación operan a la sombra de los intereses económicos. El silencio se ha convertido en una política deliberada que perpetúa el colonialismo moderno. Las clases dominantes hacen la vista gorda para proteger el comercio y las alianzas, y el pueblo paga las consecuencias.
Las mujeres y los niños son las principales víctimas de esta guerra. Las violaciones, los matrimonios forzados, la quema de aldeas y las ejecuciones masivas son prácticas generalizadas. El precario sistema de salud ha colapsado. El cólera y otras enfermedades se propagan rápidamente, mientras que los convoyes de ayuda son atacados. Informes de la ONU advierten que Sudán está al borde del colapso social total.
La guerra en Sudán pone de manifiesto el funcionamiento del imperialismo en la actualidad. No se trata de un enfrentamiento entre dos generales, sino de un sistema en el que el capital, los Estados y las redes armamentísticas se unen en la búsqueda de beneficios y poder. El silencio de los gobiernos de los distintos países del mundo no es indiferencia, sino complicidad. Quienes pregonan la democracia callan cuando sus intereses están en juego. Sin embargo, la solidaridad global de las masas antiimperialistas con Palestina demuestra que el silencio puede romperse.
La tragedia de Sudán no es un hecho local, sino parte de las contradicciones estructurales del propio sistema imperialista. Por un lado, hambre, destrucción y muerte. Por otro, una economía global que se lucra con la catástrofe. El capitalismo no puede existir sin crisis. La guerra, la explotación y la devastación no son excepciones al sistema, sino sus cimientos. Lo que ocurre en Sudán está intrínsecamente ligado a la ocupación de Palestina, la explotación minera en el Congo o la inestabilidad en el Sahel. Mientras las heridas siguen sangrando en Ucrania y Palestina, Venezuela se prepara para lo siguiente. Todas estas son distintas caras del mismo mecanismo. La solución no puede venir de un solo país. Debe surgir de un frente unido e internacional de solidaridad entre todos los pueblos oprimidos. El antiimperialismo no es un eslogan, sino una postura histórica esencial para que la humanidad viva con dignidad.La liberación de Sudán está ligada a la liberación de Palestina y de todos los pueblos que resisten la explotación y la dominación.
Lo que sucede hoy en Sudán sigue un patrón que se repite en todo el mundo: dependencia económica, control militar, masacres y silencio internacional. La destrucción en Sudán no es una tragedia aislada, sino un reflejo del orden imperialista global. El mismo sistema sigue operando en el Congo, Palestina, Haití y en cada rincón del mundo explotado. En todas partes vemos el mismo patrón: dependencia, guerra y silencio. Romper esta cadena ya no es un llamado moral, sino una necesidad para la supervivencia de la humanidad. Hay momentos en la historia en que las contradicciones alcanzan tal intensidad que esperar se convierte en otra forma de retirada. Nos encontramos en uno de esos momentos. Por eso, decir «hay que hacer algo» o «hay que crear una organización» ya no basta. Estas frases solo sirven para tranquilizar la conciencia, reduciendo la voluntad política a meras conferencias y comunicados de prensa.
La organización antiimperialista debe ir más allá de las palabras. Debe confrontar no solo los síntomas, sino la estructura misma del sistema imperialista. Las guerras, la destrucción y las crisis que presenciamos hoy no son accidentes, sino las consecuencias inevitables de este orden. La Liga Antiimperialista (LAI) se está construyendo con plena conciencia de esta realidad. Su formación se enmarca dentro de una responsabilidad histórica: organizar la voluntad colectiva de los pueblos en una fuerza consciente y coordinada contra el imperialismo.
COMITÉ COORDINADOR DE LA LIGA ANTIIMPERIALISTA
Noviembre de 2025

